La Cofradia

Comienzos de Junio de 2004; Durante una salida al centro de Lima, algunos participantes de un taller de fotografía decidimos hacer una escala técnica en el bar Cordano; sentados en una vieja mesa del igualmente viejo bar; Butifarras van, café viene y el olor a historia de aquel bar que nos retiene, nos decidió a organizar nuestras propias "expediciones" fotograficas, con un añadido de aventura y buena meza.

Wednesday, August 29, 2007

Viaje al epicentro de una tragedia



26 de Agosto de 2007


Tras una breve incursión en la que yo no participe, la semana pasada, a las periferias de la zona afectada por el terremoto del ultimo 15 de Agosto, hoy salíamos con rumbo al epicentro mismo del siniestro con intensión de registrar gráficamente los daños. Las 8:50 a.m. en casa de Arturo; Marisol, su esposa, me recibe y con el buen humor, entusiasmo y despreocupación que hasta ese momento reinaba entre nosotros, me dice:

- Nos hemos quedado dormidos!, voy a despertar a Arturo pero... no vayas a escribir eso en tus crónicas, ah!
- No, como se te ocurre, yo seria incapaz.... (jejeje)

Un rato mas tarde y ante la desconcertada mirada de "Charlie", el Siberian Husky de la casa, que con sus celestes ojos parece preguntar; "porque se llevan toda esa comida?" Me encuentro ayudando a acomodar en la maletera del auto toda la ayuda en víveres y abrigo que Arturo a comprado para donar a los pobladores de Coayllo.

- Artu, donde queda Coayllo?
- A 15 minutos de Asia, es cerca, al regreso pasamos por ahí.
- OK

Cerca de las 10:00 a.m. recogemos a Pilar, también lleva ayuda para los damnificados, y tomamos la autopista rumbo al sur. Los primeros kilómetros pasan sin novedad; vamos conversando y sin imaginarnos lo que veríamos luego, nos burlamos de la poco racional idea del Ministro de la Producción de ponerle por nombre "Pisco 7.9" a una botella de licor, haciendo alusión a la magnitud del sismo, como si se conmemorara una festividad. (que torpe!)

Pasamos por Chilca y desde la carretera vemos las dañadas torres de su Iglesia, es una pena. Conforme seguimos avanzando hacia el sur los daños son cada vez mas notorios y notables, ya en Cañete la cosa se ve mal, muy mal, pero se pondria peor...

En las interminables pampas y arenales al sur de Cañete, en las inmediaciones de los asentamientos humanos, como "Nuevo Ayacucho", los pobladores se paran a la vera de la autopista a lo largo de varios kilómetros con conmovedores carteles:

"Necesitamos ayuda, tenemos hambre"

Algunos autos particulares se detienen a dejarles agua y comida, vemos un camión enviado por un lejano municipio repartiendo víveres y brindando asistencia medica a una interminable cola de damnificados, hacemos algunas tomas, pero la tormenta de arena que trae la Paraca nos envuelve y borra la escena de nuestros ojos; casi sin visibilidad y rodeados de esa especie de niebla naranja, continuamos nuestro viaje.

A partir de aquí, cuando amaina el viento, se ven esporádicamente algunas grietas en las amarillentas dunas y lomas cercanas a la pista, como la superficie de una torta con demasiada levadura. En el sector de "Jaguay" las grietas se hacen mas frecuentes; con varios decímetros de ancho y centenas de metros de largo, invaden la pista y la parten longitudinalmente; la mayoría han sido rellenadas provisionalmente con arena gruesa y brea para permitir el transito, pero los desniveles aun se perciben. Una grieta transversal, que no vemos a tiempo, nos hace saltar, el golpe se siente y el auto lo reciente; aunque nada se rompió, algo se torció; el resto del viaje lo hicimos con una extraña tendencia del vehículo a vira hacia la izquierda, como si quisiera dar media vuelta para no ver lo que hay mas adelante.

En la subida, saliendo de "Jaguay", un raro olor seco nos invade, mezcla de ácido, vinagre y pudrición.. es olor a muerte. Coronada la cuesta, el dañado cementerio de Chincha parece ser la fuente del hedor. Nos aproximamos a la ciudad, el olor no se va, las casas de adobe derruidas a uno y otro lado aumentan en numero; las calles que se adentran en la urbe parecen callejones sin salida, tapados por escombros. No nos detenemos y proseguimos mas al sur.

Las primeras visiones de la real magnitud del sismo las encontramos por casualidad, cuando paramos en una moderna estación de servicio que parecía estar operando con normalidad, e ingenuamente preguntamos por el baño; la estructura de dos pisos, construida de material noble, mantiene la fachada, las puertas de los baños y hasta los vidrios intactos, pero... no hay primer piso!, solo el segundo, en el aire y proyectado hacia atrás, a manera de balcón del que prenden las columnas cual estalactitas sobre un gran hundimiento en el suelo. Unos kilómetros mas adelante otra estación de servicio; parece intacta, pero al apearnos el piso se siente extraño, suaves ondulaciones están por doquier, de cerca la infraestructura se ve como la obra de un escultor impresionista que juega con el cubismo, hay raras alteraciones geométricas; una escalera de concreto se ha separado unos 30 centímetros en sentido opuesto del segundo piso al cual conducía, sin embargo no hay una sola cuarteadura en ninguna de las dos. Parecería que en un instante durante el sismo, el suelo se convirtió en un fluido sobre el que las construcciones navegaron libre e independientemente, en todas direcciones, para luego quedar congeladas en otra posición. El grifero nos mira inexpresivo mientras llena el tanque y solo atina a decir.

"No hay un solo servicio higiénico operativo en 100 km. a la redonda"

Camino a Pisco; el olor a muerte se hace mas intenso, las tormentas de arena nos muestran y ocultan, alternadamente y a su capricho, extrañas escenas; vemos la interminable fila de postes torcidos a lo largo de la carretera, cual guardia de ebrios que nos escoltan a un mundo surrealista, un poco mas allá algunas siluetas a contraluz sepultando algo en medio de los arenales, una solitaria y solidaria voluntaria que mochila al hombro camina imbuida en su anonimato, contra el viento, rumbo a la ciudad a prestar ayuda en lo que pueda. Hace rato que ya no bromeamos ni reímos.

Entramos a Pisco por una polvorienta calle en la que se nos cruzan papeles que lleva el viento y nubes de arena que deambulan cual espectros por la ciudad. A 11 días de la catástrofe, lo que se ha visto en los medios, hasta ahora, esta muy lejos de describir lo que tenemos ante nuestros ojos, La destrucción es total, por donde se mire hay una desgracia y si se esquiva la vista de esta, es solo para encontrarse con otra peor, las imágenes son tan dramáticas que no encuentro la manera de describirlas en su real magnitud en estas líneas. El panorama es tan impactante, que uno se pone a pensar en la humanidad como un minúsculo grupo de pulgas en el lomo de un perro, que se pelean por la propiedad de este, sin saber que cuando el animal así lo decida; se deshará de ellas con un simple sacudón.

Vemos gente a nuestro alrededor, todos sin excepción llevan mascarillas en el rostro; rostros grises y polvorientos de miradas inexpresivas y andar de autómatas pasan a nuestro lado, parece que hubiéramos ingresado a una realidad paralela, casi Kafkiana, donde las emociones ya no existen; tal vez las personas las agotaron todas durante el sismo y ya no les queda mas para expresar. Dejamos el auto junto a unas edificaciones de material noble que parecen haber resistido; no es así, nada resistió, Todas las estructuras que aun se sostienen, están fracturadas; muertas en pie como los arboles.

Un cerco militar resguarda un perímetro de 300 metros alrededor de la plaza de armas, solo pueden pasar socorristas, prensa y autoridades. Transpuesto el cerco, mientras seguimos en dirección a la plaza, vemos un monumento de concreto, monolítico, no muy alto pero extrañamente retorcido en sentido antihorario sobre su eje, con un busto de bronce intacto en la parte superior. Un sólido edificio de 4 pisos; el 1º, 3º y 4 intactos, pero el segundo comprimido a la mitad de su altura, mostrando al centro y sobre la calle, un sillón de dentista con todo su instrumental.

La iglesia, donde se encontraron mas de 130 cadáveres, ya fue demolida, solo queda una gran explanada que sirve de patio de maniobras para la maquinaria pesada, flanqueada por las dos torres aun en pie y el municipio, este ultimo con severos daños en la parte superior y lleno de escombros al interior. No hay casas; las personas habitan las calles frente al lugar donde alguna vez tuvieron un hogar. Una figura solitaria, sentada sobre un banquillo en un terreno vacío y con la mirada fija en lo que fuera su casa, nos dice sin mirarnos:

"No traigan cámaras... traigan ayuda!"

Luego de separarnos para registrar diferentes ángulos de lo que alguna vez fue una urbe, nos reagrupamos en los escombros del hotel "Embassy". El hedor es mas intenso aquí; dos acongojados rescatistas de la Policía Nacional buscan restos de los cadáveres que la maquinaria pesada ha fragmentado al tratar de retirar la montaña de escombros; dedos, brazos, piernas; lo que falte para entregar lo mas completo y humanamente (?) posible, los difuntos a sus deudos. Debajo del retorcido hotel, el vidrio intacto del dintel de la recepción, en el que aun se puede leer, pintado a mano, un paradójico; "Mucha Suerte".

El viento sigue soplando con fuerza y los remolinos de polvo anaranjado zigzaguean de un lado a otro sobre los escombros de la ciudad, como si fueran las almas de los fallecidos que no logran encontrar el lugar donde alguna vez estuvo su hogar.

Nuevamente en la Plaza de Armas frente a la esquina de la Calle Comercio, donde aun no se han iniciado los trabajos de limpieza, vienen a mi mente escenas de lo que debió ser la tragedia: Un ruido ensordecedor, la tierra se estremece por mas de dos minutos, el piso parece licuarse bajo los pies, las casas caen una tras otra alrededor y sobre mas de 100,000 personas que no saben a donde correr en medio de la obscuridad total, los que alcanzan la estrecha calle, rodeados de gritos, ven los hasta ahora inexplicables y apocalipticos círculos de intensa luz en el cielo, que se expanden por mas de 160 kms hasta Lima, mientras una irrespirable nube de polvo de adobe y ladrillo destruido los ahoga. Luego el silencio, la incertidumbre y la incomunicación total. 10 horas después; las primeras luces del alba les muestran que ya no tienen hogar, no tienen familia, no tiene ciudad, no tienen nada. Debió ser horrible!

Vuelve a mi mente la "torpeza" oficial, de promocionar la botella de "Pisco 7.9" que comentábamos en el camino, pero al ver esto es necesario añadir que; como dijo alguien alguna vez:

"hay solo dos cosas que son ciertamente infinitas; el universo y la estupidez humana, aunque la primera no ha podido ser demostrada aun".

Algunas fotografías mas y mientras me persiguen los dirigentes de una central sindical para que no me olvide de mencionarlos, a ellos y la ayuda que están llevando, en mi reportaje para Lima Freelance; emprendemos el retorno. Al pasar por el badén junto al puente Huamani, donde el transito discurre mas lento, varios grupos de niños salen al encuentro de los autos que pasan; piden agua, comida, abrigo... lo que sea!.

Paramos en Chincha, en el único restaurante de la carretera que funciona, allí nos encontramos con los reporteros de la cadena "Fox", experimentados socorristas de "Relieve International", miembros de la Cruz Roja, etc. Esta vez sin mascarillas, todos comen en silencio y tienen esa "Inexpresion gris" en el rostro, la misma que los damnificados de Pisco... la misma que veo en mis compañeros de aventura y seguramente.. la misma que llevo yo.

Una hora después sobre la carretera y a solo 130 Kms de Lima, cansados e ingenuamente confiados en que la experiencia de hoy ya llegaba a su fin, vemos caer la noche sobre el Castillo Unanue, aun erguido sobre su peculiar historia. Una rápida revista a los daños en San Luis y San Vicente de Cañete, nos anima a hacer una escala en el balneario de Cerro Azul; La primera impresión no sorprende, la mayoría de las casas en pie, Arturo estaciona el auto en el malecón y es ahí cuando nos damos cuenta que faltan unos 100 metros del mismo, arrancados por el mar y el sismo; El ultimo poste que carga el transformador de la línea de alta tensión esta curvado, cual arco listo a disparar al cielo una flecha de cables. Pilar busca en el malecón, sin encontrar, el lugar donde no hace mucho, en un capitulo anterior, estuvo parada tomando un helado mientras pedía unos picarones para complementar la merienda vespertina. Miramos las casas con mas detenimiento; la mayoría están retorcidas, como esculturas de parafina que el sol ha derretido sin romper. Surrealismo trágico es lo que me viene a la mente.

Otra vez callados sobre la carretera, Arturo rompe el silencio;

- Me había olvidado!, prometí dejar los víveres en Coayllo, Vamos?
- Bueno, donde queda?
- Cerca, hay un desvío frente a Asia.
- Ok

Son ya pasadas las 7:00 p.m. y tomamos el desvío hacia el este sobre el Km. 85, pasamos por algunas poblaciones, se termina el asfalto y el alumbrado, proseguimos sobre una trocha afirmada, hay luna llena pero las nubes comienzan a ocultarla formando sobre nosotros una lúgubre cúpula violácea que resalta el perfil negro de las casas derruidas y abandonadas a lo largo del camino.

Media hora después ya no se distinguen casas y empezamos a bromear nuevamente. Pilar, que acaba de leer mi libro, se queja de que siempre aparece comiendo en mis narraciones y me da sus "directivas literarias" sobre como debo narrar este día, en el próximo tomo a publicar, pero porsupuesto sin incluir el "Consomé" y el postre de "Tres leches" que pidio en el almuerzo .

De pronto, en el cono luminico que proyectan las luces del auto, aparece ante nosotros una monolítica y blanca base de una cruz de caminos, que señala un bifurcación en la ruta, su aparición es tan repentina que Arturo no ve una piedra en medio de la trocha y el auto pasa rodando y restregándose por sobre ella, el golpe fue duro y dejo un leve abultamiento en el piso del vehículo, justo debajo de mis pies.

45 minutos después de haber dejado la Carretera Panamericana, llegamos a Coayllo en medio de una obscuridad total; aquí no hay muertos, ni heridos, ni... ni casas!, salvo por el local municipal, el 90% de las casas se han derrumbado. Incluso la descomunal y centenaria iglesia de la que solo quedan los arcos que resguardan los pesados portones de gruesa madera.

Encontramos a la población pernoctando en una veintena de pequeñas carpas en medio de la plaza, una coordinadora nos orienta para repartir la ayuda y entregarla directamente en manos de los damnificados, mientras alguien le prende fuego a los escombros de una morada para iluminar la plaza y combatir el frío que cala los huesos.

Cumplida la promesa de Arturo, regresamos a Lima. Yo salí de casa a las 8:30 a.m. regreso a ella 15 horas mas tarde y 15 años mas viejo.

CGG

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